«Uno de los peligros evidentes de los jóvenes de hoy –escribe Miguel García de Madariaga, ex–Presidente Nacional de los Jóvenes de Acción Católica–, y no tan jóvenes, es la crisis de la memoria histórica. Es muy juvenil y creo que no es bueno, el creer que la historia empieza con nosotros».
«El proceso de la Juventud de Acción Católica Española (J.A.C.E.) –escribe Salvador Sánchez Terán en ECCLESIA [1]– es un capítulo significativo en la historia del apostolado seglar y de la Iglesia española. Su estudio es necesario para todo el que quiera conocer nuestra evolución religiosa en el siglo XX», porque «cuando las instituciones avanzan en edad –escribe por su parte Manuel Aparici en SIGNO– conviene de cuando en cuando hacer algo de historia para que sus miembros más jóvenes participen del espíritu que les dio vida y se incorporen plenamente a ellas.
»Y tratándose de una obra de jóvenes y sobrenatural como la Juventud de Acción Católica, la historia es mucho más necesaria, pues de una parte, el cambio de los miembros que la componen es más rápido, y de otra gran parte de sus acuerdos y conclusiones no afectan solamente a los que en aquel momento la integran, sino también a los que en el transcurso del tiempo la gracia de Dios ha de atraer a ella».
Como seglar, puso en marcha e impulsó uno de los más formidables movimientos juveniles de espiritualidad y apostolado en España de los últimos tiempos[2] : el de la Juventud de Acción Católica[3] de la que fue su alma y su vida, su artífice y sostén; porque «decir Manuel Aparici era decir Juventud de Acción Católica» [4] (en él está encerrada casi toda la historia y el espíritu de esa Juventud[5], «¡aquella Juventud que él quería unida en torno al Papa y a los Obispos!»[6].« ... Fue un laico ejemplar –afirma Mons. Mauro Rubio Repullés–, que en sus años de Presidente de la Juventud de Acción Católica dio un impulso definitivo a la Acción Católica juvenil comprometiéndola a fondo con Jesucristo y su Iglesia. Su ejemplo personal supuso no sólo el avance definitivo del apostolado seglar en España, sino que influyó en la aparición de numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas en todo el país, y entre ellas la mía».
«Dado su entusiasmo por el apostolado seglar, animaba siempre al compromiso cristiano del laicado para la renovación de la Iglesia española ya antes del Concilio Vaticano II», afirma por su parte Mons. José Cerviño y Cerviño.
«La concepción que tenía Manuel Aparici del apostolado laical –dice José Díaz Rincón– era la correcta, ortodoxa y precisa, incluso con una visión profética certera, porque después de su muerte tuvo lugar el Concilio Vaticano II, que de diversas maneras dijo lo que tantas veces le oí decir a D. Manuel con claridad y entusiasmo indecible ...
»El Concilio subrayó que “el carácter secular es propio y peculiar de los laicos”. ¡Cuántas ideas de los Decretos del Concilio le había oído a D. Manuel, no digamos la “Llamada universal a la santidad”!».
Se anticipó en muchísimas cosas a las que después diría el Concilio: El papel del seglar en la Iglesia y en el mundo, el Ideal Peregrinante, el Ideal de santidad y apostolado, la adhesión a la Jerarquía, etc.
Trabajó principalmente durante toda su vida en contacto directo con las almas de los Jóvenes de Acción Católica, «aunque no le fueron ajenos los demás campos de apostolado»[7] .
Su figura, su vida, su obra y espiritualidad, que impresionó a quienes le conocieron, llenan una página de la historia religiosa de España en el siglo XX y le convierten en testimonio vivo y modelo ejemplar de apóstoles seglares y de sacerdotes. ¡Cuánto bien podría hacer, en la Iglesia de hoy, su ejemplo! Con su respuesta al llamamiento del Papa Pío XI a una «Cristiandad ejemplar»[8] y su «vocación hispana» –vocación comunitaria de los pueblos hispánicos al apostolado, para la salvación del mundo– puso en pie de marcha peregrinante a esa Juventud y supo despertar en ella un alto ideal de santidad y apostolado: el Ideal Peregrinante[9], como estilo de Vida. Toda su vida y su obra está impregnada del Ideal Peregrinante. «La sed de almas que … quería despertar en los suyos le llevó a comprometerles a esforzarse por una Cristiandad “ejemplo y guía para el mundo profundamente enfermo”. La ansiada peregrinación a Santiago de Compostela[10] había de ser el medio para tan intrépida decisión»[11]. Era para todos el alma y el impulsor principal.
«Levantó bandera contra el neopaganismo, consiguió una organización de apostolado juvenil como desde entonces no ha vuelto a haber. El neopaganismo, con unas u otras formas, es algo que hay que seguir combatiendo con el denuedo de Manuel Aparici y poner en marcha una organización de apostolado juvenil de acuerdo con los tiempos actuales»[12]
Su vida fue muy sencilla pero intensamente vivida al servicio de Dios, de la Iglesia y del Papa, en los hermanos. «Quienes convivimos con él aquellos dramáticos años podemos testimoniar que, siguiendo a Nuestro Señor, él tenía sed de almas, viva sed de almas de jóvenes» [13].
Comenzó desde joven a recorrer el camino de la perfección y avanzó en él con paso firme, constante y decidido, afrontando las dificultades que lleva consigo la marcha hacia la santidad. Así, un martes 3 de noviembre de 1931, anota en su Diario: «Únicamente siendo yo santo podré santificar a los demás».
Toda esta etapa de la Juventud de Acción Católica (1939/1948) produce un impacto decisivo en el apostolado seglar español. La Acción Católica en todas sus ramas toma las líneas fundamentales del planteamiento apostólico juvenil; y otras organizaciones seglares se ven influenciadas por el esquema básico de la Acción Católica.
Nada más tomar posesión como Consiliario Nacional se dirigió a todos los sacerdotes Consiliarios y jóvenes de Acción Católica por medio de SIGNO.
«Amados en Cristo Jesús:
»El Señor, tras de concederme la gracia inestimable de hacerme convivir trece años con los jóvenes seglares llamados por Él a colaborar en el apostolado jerárquico ... me trae por medio de la Jerarquía de su Iglesia a este puesto de Consiliario, tan superior a mis fuerzas e inmerecido para mi insignificancia ...
»Fue la caridad de Dios la que me tuvo entre vosotros, hermanos Consiliarios y amadísimos jóvenes, para que en vosotros, pizarra viva en la que día a día el Divino Espíritu va escribiendo, la aprehendiera y a mi vez la reflejara. A vosotros me trae de nuevo ... Esa es nuestra común Empresa, a la que la Santa Iglesia nos llamó: aprehender el amor que el Señor tiene a los jóvenes de España, la Hispanidad y el mundo, para que esa caridad de Dios, informando nuestro vivir individual y social, se les manifieste, los atraiga y los vivifique, y así la Jerarquía de la Iglesia y sus cleros, con el brazo largo del apostolado seglar, retorne a la humanidad extraviada al divino redil del Corazón del Redentor.
»¿Lema y programa? ... El lema que aquella generación escribió con su sangre fue: “Una Obra de Dios no muere cuando ha encontrado un alma que se ofrezca a morir por ella”. Ayudémonos mutuamente, para que muriendo cada día a lo humano, viva más y más en nosotros Cristo.
»Vuestro siervo en Jesús, Manuel Aparici».
Fue una suerte para la Juventud y una gracia del cielo que volviera de Consiliario. «Cuando volvió ... entendió que había que buscar nuevas fórmulas de apostolado, porque la Juventud de Acción Católica había entrado en una crisis o anquilosamiento»[14]
«Treinta años al servicio de la Iglesia y del Papa, de los jóvenes y de los sacerdotes de España –escribe en SIGNO el Rvdo. José Manuel de Córdoba– [15]. Puede que alguien dedique largas columnas a enumerar las empresas apostólicas de la Juventud de Acción Católica Española que Manuel Aparici dirigió, durante tantos años como Presidente seglar y, después de su ordenación sacerdotal, como Consiliario Nacional. Se reconocerá, yo creo, al menos después de muerto, que fue el gran constructor de los cimientos de la Acción Católica Española. Y luego, en una línea, se añadirá una coletilla: “Tras nueve años de enfermedad, murió el día 28 de agosto de 1964”.
»Treinta años de acción pasan en un vuelo, tanto más vertiginosamente cuanto más dinámica haya sido. Pero nueve años de sufrimiento, hora tras hora, ¿se tiene bien la idea de la eternidad interminable de minutos y de cruces que supone? Esta prodigiosa actividad apostólica de una larga pasión de enfermo “porque quiso”, es tan valiosa y eficaz que, comparada con sus treinta años de acción, reducen éstos a un simple prólogo de la verdadera obra de Manuel Aparici en la Iglesia.
»Digo “porque quiso” y me ha concedido la gracia, que ahora creo el deber participar a los demás, principalmente a los jóvenes y a los sacerdotes consiliarios, de conocer algo de lo que ha sido esta etapa decisiva de su vocación de apóstol. No quiero guardar para mí sólo este testimonio de oro de ley que he recibido. Fue un Apóstol con vocación de crucificado que él mismo pidió a Cristo como culminación de todo su apostolado en la Acción Católica, porque vivió la Acción Católica como un “brazo” de la cruz».
Una vida de cruz ofrecida día a día a Dios, como víctima[16]. Hizo inmolación de sí mismo por este ideal. El P. Llanos, S.J. escribe en SIGNO [17] :
«“Hemos encontrado al Mesías” ... Y le encontramos bajo formas diversas ... A Manuel Aparici, tras un sillón de enfermo y la cruz ... » ... «amarrado a un sillón y con permanentes dolores, dando consejos y su testimonio»[18].
«Murió crucificado con Cristo, como el quería y pedía, apurando hasta el final las heces del cáliz amargo por sus grandes dolores físicos y morales, así como por sus tremendas pruebas y tentaciones[19], superando todo con valentía cristiana, con amor inmenso, con dignidad singular y ofreciéndolo a Dios por Cristo, lleno del Espíritu Santo, con María y los Santos, llevando consigo a todos sus hermanos los hombres, con gozo impresionante y admirable»[20].
Falleció santamente el 28 de agosto de 1964, viernes, hacia las dos de la tarde, un día de San Agustín, que tanto citaba, justo dieciséis años después de la magna peregrinación mundial juvenil a Santiago de Compostela de 1948, Año Santo Jacobeo, ideal de santidad por él propuesto a la juventud española y del mundo, de la que fue su artífice y su alma, y cuyo recuerdo sigue vivo en la memoria de muchos.
Una crisis cardiaca de las muchas que sufrió. No la soportó. Le administran los últimos sacramentos. Tratan de reanimarlo. Es inútil. Falló el corazón. En esos momentos estaban a su lado sus hermanos Rafael y Matilde y su primo Alfredo.
«Entregó su espíritu en las manos del Padre como un hijo chiquitín. No le ha dado tiempo a hablarnos del amor del Padre. Sus cartas hablarán por él ... La vida de Cristo ha matado ya su muerte y ahora vive. Y también matará nuestras muertes y viviremos con Él y con él. Hasta pronto ... en cualquier momento. Cuando hayamos cumplido “las cosas que faltan a las pasiones de Cristo en nuestra carne en pro de su Cuerpo que es la Iglesia”»[21].
«Su fallecimiento –asegura José María Máiz Bermejo– fue una conmoción nacional en los ambientes de la Acción Católica».
«A pesar de tratarse de una muerte ya anunciada, produjo entre todos los que le conocieron una gran consternación, de una manera unánime»[22]. «Todos sintieron su muerte y revivieron su admiración por la figura sacerdotal ejemplar que se reflejaba al exterior»[23].
«Tallado, diría yo, –Rvdo. Mariano Barriocanal– para el sacerdocio, vino a ser lo que esperaba y fuertemente anhelaba, siendo el sacerdote santo, probado en el crisol de una larga y dolorosa enfermedad, que le sirvió para inmolarse y ofrecerse a Dios como víctima de propiciación a ejemplo del Sumo Sacerdote Jesucristo, inmolado en la Cruz ... Informes bien verídicos[24] me aseguran que su última enfermedad, sobre todo, fue una auténtica y verdadera inmolación sacerdotal».
«En el orden de la penetración sobre el apostolado seglar, nadie –le dice Sor Carmen Teresa de Jesús– os ha superado a Ángel Herrera y a ti».
Manuel Aparici es, sin lugar a dudas, faro singular del apostolado seglar más genuino y ortodoxo, así como modelo del sacerdocio más exigente.
[1] De fechas 25 de abril y 2 de mayo de 1964.
[2] Decía: «¡El Apostolado! Es el rayo de sol (amor de Dios) que se recibe en nuestra alma, y, desde ella, limpia y bruñida, se lanza sobre las almas que se deslumbran así».
[3] Decía: «Así la piedra se va tallando; la Acción Católica taller de cantería de la Iglesia».
[4] SIGNO de fecha 17 de noviembre de 1948.
[5] «¡¡Ojalá –dirá muchos años después el Rvdo. Jaime García Rodríguez– que de este rescoldo se avive lo que tanto bien ha hecho a la Iglesia, y que lleva veinte años de letargo: nuestra Acción Católica!! Esto que fue el mimo de Manolo será, sin duda, objeto de su intercesión ante el Señor».
[6] Mons. Maximino Romero de Lema. Algunos Obispos fueron dirigidos suyos, otros lo tuvieron o lo tienen como modelo y muchos de ellos fueron amigos.
[7] Rvdo. Mariano Barriocanal.+
[8] «En la Encíclica “Mit Brennender Sorge” publicada en 1937 el Papa urgía una “Cristiandad ejemplo … para el mundo profundamente enfermo”. La sed de Manuel Aparici responde al llamamiento pontificio proponiendo que la peregrinación a Santiago sea una llamada, una incitación para que España fuese principio de esa “Cristiandad ejemplo”, es decir, la Vanguardia de Cristiandad … ¿Y por qué, en vez de la «Divini Redemptoris» contra el comunismo, Manuel Aparici escogía ... para la Obra toda un pasaje de la Encíclica contra el nazismo, la «Mit Brennender Sorge? … Manuel Aparici llevado de su sed de almas había visto claro» (Manuel Vigil y Vázquez). «Y esto en un periodo apasionado, difícil para ver claro, porque para muchos era obscuro y para otros confuso aun con buena voluntad» (Mons. Maximino Romero de Lema).
En ella, la «Mit Brennender Sorge», el Papa formula su apremiante llamada a una «Cristiandad ejemplar». Pero no pretende una vuelta al viejo concepto de «Cristiandad» no exento de connotaciones políticas, sino que urge a la Cristiandad – conjunto de fieles que profesan la religión cristiana, como la define en su primera acepción nuestro diccionario– a que vivan su Fe en plenitud, para salvar al mundo.
Para Manuel Aparici «Cristiandad» no es una concepción política social, ni concepto filosófico, histórico político = Papa y Emperador, sino teológico, «es la porción del Cuerpo Místico que se desarrolla y crece en el tiempo, el Reino de Dios que, aun estando dentro de nosotros, se proyecta y aflora al exterior en la organización familiar, social, política e internacional» ... «Aquella Ciudad santa que San Juan en Patmos ve descender del cielo por la mano de Dios, compuesta y engalanada como una novia para el esposo ... Aquella piedra angular, Cristo, que se encarna en María Santísima por obra y gracia del Espíritu Santo y que lleva en sí mismo la plenitud de la gracia con la que poder embellecer a cuantos, en el transcurso de los siglos, se le incorporen a Él en su Iglesia, por la fe que obra por la Caridad ... Es ese Cristo Eterno Sacerdote, perpetuado en la Jerarquía de su Iglesia, a través de la cual, y por medio del sacerdote» ... «La Cristiandad no sólo hay que verla en la dimensión del espacio, sino también en la del tiempo ... No basta, no, que sintamos la comunión de los santos sólo con los que peregrinan en este momento sobre la tierra. Es menester que sintamos también la unión con todos los que peregrinaron».
[9] En ocasiones se hablaba de «mística peregrinante».
[10] En nota manuscrita, sin fecha, a modo de ficha de trabajo, habla, sin desarrollar, de las ideas ascéticas de la peregrinación, de la conducta del peregrino, del peregrino efectivo, del peregrino enfermo, del peregrino simpatizante, del dirigente peregrino, del simple asociado, del joven no de Acción Católica peregrino.
[11] Manuel Vigil y Vázquez.
[12] Manuel Vigil y Vázquez.
[13] Manuel Vigil y Vázquez.
[14] Salvador Sánchez Terán.
[15] De fecha 5 de enero de 1965.
[16] Mons. Ricardo Blanco al glosar su personalidad y su obra, la evocó en tres facetas: «humilde converso», «apóstol infatigable» y «víctima».
[17] Signo de fecha 5 de enero de 1965.
[18] Alejandro Fernández Pombo (C.P., 9458).
[19] «Cristo, en la tentación, –decía– no dobló su rodilla ante Satanás; pero, en el Cenáculo, ante Judas (que tenía a Satanás en el corazón) la dobló para ganar aquella alma» (Mons. Jesús Espinosa Rodríguez).
[20] José Díaz Rincón.
[21] Rvdo. José Manuel de Córdoba (SIGNO de fecha 5 de enero de 1965).
[22] Alejandro Fernández Pombo.
[23] Mons. José Cerviño y Cerviño.
[24] Manuel Aparici se había trasladado a Madrid, a la terminación de la guerra, por lo que él no vivió a su lado.